Según me escribes, has encomendado a un amigo tuyo la carta que tiene que serme librada; pero después me adviertes que no le comunique todos los asuntos que a ti se refieren, ya que tú mismo no sueles hacerlo: con lo cual en una misma carta me dices que eres amigo suyo y lo niegas.
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Delibera sobre toda cosa con el amigo, pero en primer lugar sobre él mismo; y contraída ya aquella amistad, es menester confiarse a ella; mas, antes de contraerla, precisa juzgarla. Pero aquellos que, quebrantando el precepto de Teofrasto, juzgan antes de amar y no aman después de juzgar, invierten el orden de los deberes.
Medita durante largo tiempo si alguien tiene que ser admitido en tu amistad; y en cuanto llegues a complacerle en admitirlo, acéptalo de todo corazón y háblale con tanta libertad como a ti mismo.
Procura vivir de manera que no haya en ti cosa secreta, nada que no puedas confiar hasta a tu enemigo; pero, atendiendo a que ocurren ciertas cosas que la costumbre nos manda mantener ocultas, comparte con tu amigo todos tus afanes, todos tus pensamientos. Si le tienes por fiel le forzarás a serlo, pues algunos han enseñado a engañar temiendo ser engañados y con sus sospechas conceden derechos a ser infiel. ¿Por qué tengo que ocultar palabra alguna ante mi amigo? ¿Por que delante de él no tengo que sentirme como si estuviese solo?
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No debe hacerse ni una cosa ni la otra, ya que ambas son viciosas: tanto confiar en todos como no confiar en ninguno, aunque yo diría que la primera es algo más noble y la segunda más segura.
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Así, pues, guarda en tu memoria aquello que he leído en Pomponio: "Algunos se refugian de tal manera en rincones sombríos, que tienen por turbio todo lo que está a la luz". Es menester mezclar adecuadamente esas cosas: precisa que el ocioso trabaje, y que el trabajador repose. Consulta a la Naturaleza y ella te dirá que ha creado el día y la noche. Consérvate bueno.
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Cartas a Lucilio - Séneca